Y vuelta a empezar. A Rana le dolían
los ojos del madrugón. Después de más de dos meses de vacaciones, otra vez a
levantarse. A las siete en pie, su madre y su padre hablándola desde bien
temprano: ¡si ya saben que no es persona a esas horas! Que si desayuna, ducha,
elegir la ropa, corriendo al bus y … seis horazas de cansancio. El tiempo es …,
y ella estaba invirtiendo una fortuna en el instituto.
-Bueno- pensó Rana- el
que algo quiere…- y desde luego ella quería terminar el instituto el próximo
curso, así que no quedaba más remedio que ponerse en marcha.
No podemos decir
que Rana rezumara ilusión. Si por algo sentía felicidad era por ver a JC, su
persona favorita del mundo, y algunas personas de la clase con quien no tenía
contacto en verano. No hay mal…. Al llegar al instituto: saludos y risas, pero
también reparto de horarios, presentaciones de profes y alumnado, repaso a las
normas básicas, móviles prohibidos- sí claro-, lo típico de un primer día. La
única clase interesante, o eso le pareció a Rana, fue la de Historia. La profe
parece, por decirlo suavemente, peculiar, y habla muy rápido. Pero no era su
aspecto diferente lo que prometía diversión, sino la leyenda de Castro que
contó: la leyenda de los del Cerro. Nunca la clase había estado tan silenciosa,
y es que, aunque del dicho al hecho…, la historia parecía tan real…
Al terminar
la leyenda, les propuso un reto: si alguien conseguía encontrar la tumba de
Marcelino del Cerro, prometía ponerle un 10. Tras seis horas de agotadora
presencia y, por supuesto, muchas quejas como corresponde a la hazaña de
madrugar, Rana y JC eran libres.
Por la tarde la conversación giraba,
continuamente, en torno a la leyenda, y ya se sabe, el que busca la verdad,
corre el …. Había algo en la historia, pero sobre todo en la promesa de aprobar
automáticamente, que les impulsó a encontrar la tumba de Marcelino. ¿Había
muerto? ¿Continuaba vagando por Castro?
- Venga repasemos los puntos esenciales
de la leyenda y hagamos una lista de las cosas que tenemos que hacer - dijo
Rana, siempre con resolución- va a ser divertido.
- A ver-JC se ajustó las
gafas- se supone que el tesoro fue olvidado por la historia y el tiempo en la
Cueva del Cuco; Marcelino del Cerro lo descubre a finales del siglo XIX y
utiliza gran parte para construir la casa para Isidra del Cerro, su hermana, a
quien quería con locura. El tesoro, de origen romano, cómo no, estaba maldito.
Isidra murió, y Marcelino lleno de pena esperó también su hora final. Esperaba y
esperaba, pero nunca llegaba. Asustado y deseando encontrar la paz, Marcelino
enterró lo que quedaba del tesoro en el Cementerio de la Ballena, esperando así
encontrar el perdón divino. La leyenda dice que lo enterró hace tanto tiempo que
ya no recuerda dónde, y que vaga de noche y de día por el cementerio buscándolo.
¿Se me olvida algo?
- Necesitamos un plan. Primero tenemos que recopilar
información, y después deberíamos visitar la cueva del Cuco y el cementerio de
la Ballena. -JC siempre tan práctico.
- ¿La cueva del cuco para qué? -Preguntó
Rana- Si ya se llevaron de allí todo…- tenía un poco de fobia a las cuevas, pero
no iba a admitirlo delante de JC. - Por vivir un poco la experiencia, no
dejarnos pistas…- con fastidio comprendió, al ver la cara de Rana, que no iba a
ganar esta guerra- Vale, está bien, iremos directamente al cementerio, pero le
quitas toda la gracia. Además, que quede, claro que esto es solo diversión, yo
no me creo nada
- Ni yo, ni yo- se apresuró a aclarar Rana- es solo…divertido.
Ninguno de los dos parecía muy convencido, pero trataban de ignorarlo, no hay
más ciego…
El plan: buscar información, a ser posible fiable, sobre la familia
Cerro, de lo que se encargaría Rana; investigar sobre el cementerio, de lo que
se encargaría JC; puesta en común de la información; extraer conclusiones útiles
para investigar y realizar una lista de todo lo que pudieran necesitar para ir
al cementerio: una libreta, una linterna, algo de comida y agua. Como decía
siempre la abuela de Rana: cuando las barbas de tu vecino…Mejor ser precavidos.
Rana y JC visitaron la biblioteca del instituto, la municipal y preguntaron a
todas las personas del pueblo que pudieron. No consiguieron averiguar nada
nuevo. Cuando llegó el día acordado no sabían mucho más: Marcelino había
existido, sin duda, al igual que Isidra. La fecha de muerte de esta última la
averiguaron, 1918, y también que el mausoleo familiar se encontraba en el
cementerio, sorpresa. Sin embargo, en el caso de Marcelino no encontraron
registro de su muerte, ni de ningún otro tipo, tras la muerte pro gripe de
Isidra.
(Marcelino e Isidra de pequeños)
Con esta información, un viernes 18, Rana y JC saltaron el muro del
cementerio de la Ballena. Cuando se levantaron tras el salto, observaron
atentamente. ¡Qué panteones, túmulos y mausoleos!, todo tan solemne, tan
silencioso. Casi daba pena hablar, romper el momento. Se quedaron observando su
entorno, como las vacas al....
- Lo primero, buscar la tumba de Isidra, dar una
vuelta por el cementerio y observar por si veían algo extraño, como un señor
llamado Marcelino de más de cien años buscando su tesoro – susurró JC, ya
recuperado de la impresión- o quizá ya no lo busque y sea feliz donde esté.
Quién sabe.- JC caminaba a toda prisa mirando lápidas.
- Aquí no, aquí no, aquí
no… ¿encuentras algo?- Rana no respondía- ¿encuentras algo o no?, ¿dónde te has
metido?- un incipiente miedo le invadió el pecho, ¿dónde se había metido?
Un
vistazo a su alrededor despejó las dudas y los temores. Rana se encontraba
frente a un enorme ángel de bronce que pertenecía a un panteón familiar, familia
del Sel.
- Buaa… es impresionante. Qué miedo y qué bonito a la vez.
- Dicen
que la belleza está…. La verdad que el ángel a mí me da cringe y mal rollo.
Sigamos.
Continuaron la búsqueda, incesantes. Hasta que por fin JC, que todo hay
que decirlo, estaba trabajando bastante más que Rana, encontró el Mausoleo de
Isidra del Cerro. Sintieron una punzada de tristeza. El mausoleo era hermoso, y
solo una persona estaba en él enterrado, la solitaria Isidra. Se estaba haciendo
de noche, se habían mojado y tenían frío. Pero seguían buscando febrilmente.
El
viento comenzó a levantarse, gélido, y silbaba entre las lápidas. Las olas
rompían con más fuerza. Un ruido de cadenas comenzó a sonar, muy fuerte, y el
olor a mar, a sal y a algas, inundó el cementerio. A Rana se le erizó el pelo de
la nuca. Un gemido lamentoso comenzó a acompañar el ruido de las cadenas. JC
gritó, para ahuyentar le miedo.
-No tengo miedo ¡eh!, que yo sé que solo es el
viento… y si no ¡sal! Marcelino, ¡sal ya! ¡Estamos aquí, y no tenemos miedo! -
en ese momento el viento pareció rugir con la fuerza de cien huracanes, el frío
se les colaba por las costuras de las sudaderas. Ambos se tapaban la cara. De
pronto…
De pronto nada. El temporal se desvaneció. La lluvia amainó y el
ambiente era más cálido, pero la oscuridad invadía todo. JC y Rana se
levantaron, confusos, y miraron el reloj. Las nueve y media, tres horas que se
asemejaban a una eternidad.
- ¡Qué chorrada! A quién se le ocurre venir, no
tenemos una idea buena. Fantasmas, tesoros… esto no es una peli de Hollywood
-casi suspiró JC, aún asustado - Si, sí. La mayor chorrada de nuestras vidas.
Vámonos a casa. Nunca volvieron al cementerio, nunca buscaron otra vez a
Marcelino y nunca le contaron a nadie su experiencia. Agua pasada… Sin embargo,
y aunque Rana no lo diga, cada vez que camina frente a la casa para Isidra del
Cerro oye, a lo lejos, el ruido de unas cadenas y de una tormenta comenzando. Si
la tarde está despejada y no pasan coches, puede oír unos gemidos lamentándose…
-
¿Dónde, dónde....¿por qué?......






No hay comentarios:
Publicar un comentario